Pedro Almodóvar, maestrillo del sainete de quinta e ínfimo coleccionista de escupitajos y podredumbres, ganador del trofeo de la apestosa Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de Hollywood, figura capital -al decir de muchos ignorantes- del Cine Español de ayer, hoy y siempre, constituye uno de los casos más singulares y sangrantes de hasta qué punto la más insignificante nada puede reinar en un mundo absurdo y sórdido como el presente.
Analfabeto cinematográfico, pésimo narrador, su incultura y patente falta de respeto no le impiden atentar contra un género que en absoluto conoce: el melodrama. Inspirándose en un cineasta de la categoría de Douglas Sirk, o en otro de menor relieve como Rainer Werner Fassbinder, ese antiguo empleado de la Telefónica llamado Pedro Almodóvar, con toda su apestosa carga de iletrado sin escrúpulos y negociante burdo, ha pretendido hacer de España un reflejo de lo que su "cine" intenta ilustrar: un país de putos y toreras, camioneros travestis e invertidos pintarrajeados, tarados y folladores, folletín y lágrima cutre, cuyo folclore y beatería magnifican sus sanas costumbres carpetovetónicas. Es decir, lo más estereotipado y lamentable de nuestro folclore de feria, maximizado en manos de un vendedor de baratijas turísticas.
Cinematográficamente nulo, este doctor "Honoris Causa" por varias universidades del mundo -entre ellas la de Harvard-, carente de un mínimo conocimiento de lo que la estética fílmica implica y significa, como bien nos confirman sus peliculillas, manufactura productos de una ranciedad conceptual tan aparatosa que sería difícil hacer balance de su significación como infracineasta. Sea como fuere, el "cine español" está en deuda con él. En la última entrega de los llamados premios Goya, espectáculo de mamarrachos por excelencia, así nos lo quisieron hacer entender con la tan cacareada reconciliación de "Pedro con la Academia".
Sería inútil intentar analizar siquiera un plano de su cine: la misma arbitrariedad de su "pensamiento" nos impide cualesquiera aproximación, por endeble que ésta sea. Mas sería oportuno apuntar alguna de las características anti-cinematográficas de este pésimo atentado cinematógráfico, como su empleo del color, por descontando el elemento más llamativo de su "cine", pese a que en el fondo no sea sino un informe emplasto de kitsch y mal gusto colorista, sin ningún sentido razonado más allá del mero efectismo gratuito, entre la obviedad y el subrayado más pueriles... No menos reiterativa es su incapacidad para crear personajes consistentes, humanos en definitiva: atrapados en situaciones ridículas, sus monigotes resultan intercambiables los unos de los otros, como si su artífice careciera de otros recursos que los del más infecto juguete cómico. Sus situaciones, trilladas e inverosímiles, se hacen y deshacen conforme va progresando la inútil trama, tan falta de interés como todo lo demás. Cuando apunta algo más alto, como en ese intento de film que responde al título de La mala educación, todo su tinglado se hunde de manera aún más estrepitosa: pretendiendo jugar a ser un Bergman o un Fellini, el resultado no hace sino delatar lo que la caricatura y el trazo grueso nunca podrán mostrarnos en manos de Almodóvar... De su plasmación cinematográfica mejor no hablar, pues carece de cualquier razón de ser. Sus imágenes, en el mejor de los casos fusiladas del lenguaje televisivo (pero especialmente de la publicidad), no ofrecen nada por sí mismas que no sea un vacío afectado y banal... Su pretendido feminismo y conocimiento de la psicología femenina apenas sobrepasan las recetas de un manual casero puesto en manos de un invertido deshonesto... La naturaleza subnormal de su cine frívolo y folletinesco, su machacona y aburrida seudoentidad "artística", así como sus lamentables autohomenajes, plagios de otros films y referencias culturales, vuelven más insufrible una obra de puro horrenda y gratuita, indescriptiblemente nociva para el ser humano con una pizca de integridad, gusto o razón.
Por triste que sea reconocerlo, el monopolio del cine de nuestro tiempo está en manos de analfabetos como el presente, don Pedro Almodóvar, uno de los más execrables ejemplos de decadencia, mentira y pornografía encubierta respaldada por el sistema.
CINE Y REVOLUCIÓN
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