Este film singular, Vincere, aparece en unos tiempos de absoluta decadencia cinematográfica, donde la más grosera mediocridad es la única marca de fábrica. Su dignidad estética, por tanto, merece ser comentada, ni que sea superficialmente.
El mérito de Bellocchio es considerable: devolver la voz a unos personajes que la historia oficial ha ignorado; sólo por eso merecería nuestro aplauso. La historia de Ida Dalser, amante de Mussolini que fue repudiada por el dictador en cuanto accedió al poder, adquiere en manos de Bellocchio un poder de fascinación bien particular.
La puesta en escena del film, de un academicismo frío y distante, resulta todavía más eficaz: Bellocchio subraya, y el subrayado es perfecto para calibrar el alcance histórico de la situación: flashes de rostros de mujeres locas -que anticipan el final de la protagonista en el manicomio-, sobreimpresiones enfáticas de textos propagandísticos, imágenes de archivo iguales a sí mismas... recorren el metraje de la película de manera un tanto anárquica, truculenta, arbitraria. La desaparición física de Mussolini a mitad de metraje es otro gran acierto: desde entonces el personaje se mitifica, su humanidad desaparece: el Mussolini representado pasa a ser sustituido por el Mussolini real a través de las imágenes documentales. El líder pétreo -impagables los planos de la cabeza de mármol- desplaza al hombre de carne y hueso. Y en medio de este atroz cautiverio, una mujer, Ida Dalser (fantástica Giovanna Mezzogiorno), incapaz de asumir estoicamente el drama de su insignificancia en un mundo tiranizado por el fascismo, por el horror estético de un futurismo pueril y aberrante, por la lepra moral de una sociedad podrida desde raíz...
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Pero Vincere no es un film de tesis: él mismo ilustra una estética que sin duda condena, la del fascismo. Esta dualidad no es contradictoria: Vincere es un film oscuro, sombrío, nocturno; la noche es la gran protagonista. El retrato que Bellocchio hace del futuro dictador es implacable, demoledor -sin por ello caer en el pintoresquismo gratuito-, si bien en algunas ocasiones el propio subrayado que rige el film malogra alguna de sus secuencias, en especial la del encuentro sexual entre Benito e Ida al comienzo del film, en exceso dilatada aunque justificada en tanto explicita la procreación del hijo no reconocido de Mussolini, Benito Albino, personaje dominante durante la segunda parte del film. Esta secuencia sexual, filmada sin especial talento y cuyo mayor acierto es una iluminación muy oscura, claustrofóbica, culmina por lo demás con un encadenado que incluye "caídas" de banderas y el sonido de cañonazos en la banda sonora, resultando un tanto burda en su conjunto, al pretender igualar/relacionar el orgasmo del futuro dictador con el frenesí colectivo. El erotismo, de este modo, se anula: Benito, cual preludio de Mussolini, dirige el acto sexual -él mismo aparece sobre Ida, que queda fuera de plano hacia el final de la escena-, y el director, sin duda con buen criterio, se recrea en su placer, no en el de la mujer, subalterna suya. Si destacamos esta escena es porque es la única que nos ha resultado en exceso chirriante, llevándonos a la carcajada prolongada tras percibir su escasamente sutil resolución.
Mas pese a esto, no son pocas las cualidades de este film correcto y a ratos muy notable, con momentos tan logrados como el prólogo, con ese Mussolini que, desafiando a Dios, se propone clausurar su existencia por medio de la prueba del tiempo a golpe de segundero. Por otra parte, la tentación operística de Bellocchio, siempre tan constante -y reforzada aquí por una música de Carlo Crivelli adecuadamente pomposa-, encuentra en algunos planos aislados de gran belleza el aliento de una poesía melancólica que parece negar toda la retórica fascista que despliega el film: el plano de Ida subida a las rejas del manicomio mientras nieva, o el bellísimo plano en que esta misma mujer cruza la gruta de rocas paraguas en mano mientras la lluvia humedece todo el encuadre... Momentos aislados de gran expresividad donde la plástica del director supera el mero esteticismo.
Con Vincere, Marco Bellocchio entrega acaso la mejor de sus películas, un trabajo de madurez, asumido, sincero y, lo que es más sorprendente, con razón de ser.
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José Antonio Bielsa Arbiol
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