William Dieterle es uno de los cineastas con mayor talento plástico de la historia del cine. Su irregular filmografía cuenta con una media docena de obras maestras: entre ellas, Jennie, su mejor película, destaca por varios motivos. Pero en cualquier caso, hemos de puntualizar que esta película, si todavía hoy no ha sido completamente olvidada, se debe en gran parte al cinesta Luis Buñuel, que no dudó reivindicarla en sus memorias como título sugestivo. Algo que, con todo, no hace honor al gran Dieterle, cineasta que durante los años 30 filmó un puñado de maravillosas películas (Esmeralda la zíngara, La vida de Louis Pasteur...), aquéllas que fueron las que más hicieron por su carrera, pero que jamás alcanzaron por sí mismas la concisión, profundidad y belleza estética del film aquí referido.
Jennie es la película de un pensador consecuente. El tema fundamental en ella tratado, entre muchos otros, es el de la creación artística y su fin, tema sempiterno por el que los años y los pensamientos no parecen pasar, de puro esencial. El retrato de Jennie pintado por el personaje interpretado por Joseph Cotten es el pretexto para articular el discurso de Dieterle, que no es otro que el de la puesta en escena, puesta en escena que por sí misma logra trasmitir toda la pertinencia filosófica que el tema requiere. Y quizá por eso Jennie no sea más que una figura espectral (a este respecto, la música de Debussy trasmite a la perfección el carácter de ensueño que la muchacha supone) en todas sus apariciones, producto de la mente soñadora del artista (aunque más tarde la realidad demuestre que ella en verdad existió... y que por ello mismo la ambiguedad se imponga sobre las meras apariencias).
Mas por encima de todo, lo que hace de esta película algo excepcional es su pleno sentido a la hora de tratar las variaciones espacio-temporales entre dos momentos distintos, y su vinculación con un presente "eterno": por momentos, Dieterle logra situarse a la altura del mejor Hawks, de Mizoguchi, valiéndose de todo el clima enrarecido, de la sofisticación de los movimientos de cámara y del esplendoroso empleo de la emulsión (que del blanco y negro pasa al verde -secuencia del huracán-, al rojo -secuencia del museo- y finalmente al color completo -plano del retrato de Jennie-) como explicación / clarificación del recorrido espiritual de su protagonista, esto es de los meros esbozos de la mediocridad de la vida, a la culminación estética de la obra de arte como fin mismo: no sólo el retrato de Jennie pintado por el protagonista, sino la propia película dirigida por Dieterle.
Por esto y por muchas otras cosas más, Jennie es una valiosa joya, una película delicada y amarga que en todo espectador sensible dejará huella indeleble para el resto de sus días.
Jennie es la película de un pensador consecuente. El tema fundamental en ella tratado, entre muchos otros, es el de la creación artística y su fin, tema sempiterno por el que los años y los pensamientos no parecen pasar, de puro esencial. El retrato de Jennie pintado por el personaje interpretado por Joseph Cotten es el pretexto para articular el discurso de Dieterle, que no es otro que el de la puesta en escena, puesta en escena que por sí misma logra trasmitir toda la pertinencia filosófica que el tema requiere. Y quizá por eso Jennie no sea más que una figura espectral (a este respecto, la música de Debussy trasmite a la perfección el carácter de ensueño que la muchacha supone) en todas sus apariciones, producto de la mente soñadora del artista (aunque más tarde la realidad demuestre que ella en verdad existió... y que por ello mismo la ambiguedad se imponga sobre las meras apariencias).
Mas por encima de todo, lo que hace de esta película algo excepcional es su pleno sentido a la hora de tratar las variaciones espacio-temporales entre dos momentos distintos, y su vinculación con un presente "eterno": por momentos, Dieterle logra situarse a la altura del mejor Hawks, de Mizoguchi, valiéndose de todo el clima enrarecido, de la sofisticación de los movimientos de cámara y del esplendoroso empleo de la emulsión (que del blanco y negro pasa al verde -secuencia del huracán-, al rojo -secuencia del museo- y finalmente al color completo -plano del retrato de Jennie-) como explicación / clarificación del recorrido espiritual de su protagonista, esto es de los meros esbozos de la mediocridad de la vida, a la culminación estética de la obra de arte como fin mismo: no sólo el retrato de Jennie pintado por el protagonista, sino la propia película dirigida por Dieterle.
Por esto y por muchas otras cosas más, Jennie es una valiosa joya, una película delicada y amarga que en todo espectador sensible dejará huella indeleble para el resto de sus días.
José Antonio Bielsa
(26/12/2006)
Véase: A propósito del 'Retrato de Jennie' (1948), de William Dieterle · Escritos de José Antonio Bielsa
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